Las ciudades en España (I)

Las ciudades antes del siglo XIX

Imagen: áreas urbanas en España por densidad de población en 2017, extraída a partir del Atlas Digital de las Áreas Urbanas. Podemos ver dos grandes aglomeraciones entorno a Madrid y Barcelona, una población distribuida mayoritariamente en la costa (excepto Madrid) y varios subsistemas urbanos como los de la costa gallega, la costa cantábrica desde Asturias hasta Euskadi, la costa catalana, valencia y murciana y la costa andaluza junto al valle del Guadalquivir. Fuente.

Con esta entrada iniciamos una serie en la que describiremos y analizaremos las ciudades españolas desde el punto de vista de la Geografía Regional. Aunque nos centraremos más en la ciudad de los dos últimos siglos, por ser la escala temporal que más afecta a las condiciones actuales, también daremos un breve repaso a la evolución de las urbes en el territorio que actualmente es el estado español.

Nuestro objetivo es entender mejor cómo y por qué son como son las ciudades, donde vivimos la mayoría de la población española y, debido a las dinámicas demográficas contemporáneas, cada vez más gente. El medio urbano ha caracterizado a muchas sociedades humanas desde hace milenios y no siempre ha cumplido las mismas funciones o ha tenido el mismo aspecto, veamos por qué.

Introducción

España es una región con una vida urbana antigua, compleja y diversa que se ha intensificado en los últimos 70 años. La ciudad española sintetiza un pasado que aún es perceptible en su morfología y arquitectura, un palimpsesto de calles y edificios, que nos muestra empíricamente quiénes han vivido ahí antes que nosotros.

Podemos considerar el objetivo de la urbe como la dominación y explotación de un territorio que permitiría a su vez la formación, la continuidad y el desarrollo de la propia ciudad. La ciudad, por tanto, necesita organizar y ordenar el territorio que la circunda para cubrir esas necesidades.

ciudad

 

La sociedad determina la forma y la localización de la ciudad, que será el elemento base que mantendrá a esa misma sociedad. Si la sociedad cambia, la ciudad cambia. Además cualquier otro cambio en el modo de explotación o en la visión política interna también hará cambiar la ciudad. Las necesidades de la nueva sociedad harán que no solamente cambie la morfología de la ciudad, afectará incluso a su localización, o la localización de las nuevas ciudades que se construyan. Cuando hay un cambio social pueden darse diversas situaciones para la “ciudad antigua”:

  • Destrucción: la ciudad antigua es totalmente arrasada y se construye la nueva ciudad encima de las ruinas de la anterior.
  • Marginación: la ciudad antigua es parcialmente abandonada y se degrada, creando barrios donde aumenta a pobreza y la marginalidad.
  • Reconversión: la ciudad antigua persiste, pero el uso de sus espacios cambia a otros acordes a los del nuevo modelo social.
  • Integración (muy difícil que se produzca): la ciudad antigua y la nueva coexisten paralelamente.

Así, en una ciudad en un momento dado nos encontraremos con la superposición o coexistencia de las diversas sociedades que han pasado por ella. La función de la ciudad, y su fundación, surgiría a partir de aquella que la sociedad que la originó quisiera dotarla.

Las primeras ciudades

A partir de la dominación romana de la Península Ibérica empezó la ciudad a tener una función de dominio del territorio y búsqueda de permanencia en ese dominio. Las ciudades fenicias (desde -800 aprox.) y griegas (desde de -600 aprox.) habían tenido un enfoque de mercado, de lugares de intercambio, no de organización territorial; fundamentalmente habían sido factorías o colonias comerciales. Los asentamientos prerromanos eran de carácter rural y carecían de capacidad organizativa territorial.

Desde aproximadamente -200, y especialmente desde -100, se instalaron las ciudades para dominar el territorio desde el punto de vista de la explotación económica y para mantener ese dominio hacía falta a su vez un control político y militar del propio territorio. Se creó una red de vías que formó una rejilla urbana permitiendo un dominio más eficiente del territorio peninsular. Esa red de carreteras y ciudades se ha mantenido durante el tiempo hasta nuestros días, aunque con notables modificaciones durante la Edad Media. Para las ciudades romanas se utilizaron tres modelos de instauración:

  • Aprovechamiento de asentamientos indígenas (en muchos casos fortificados).
  • Antiguos campamentos militares.
  • Nuevas construcciones en lugares estratégicos: puentes, terrenos elevados o puntos de control.

La organización de la ciudad romana era ortogonal centrada en el foro donde se cruzaban los dos ejes principales: el cardo (calle que discurría de Norte a Sur) y el decumano (calle en sentido Este a Oeste). La prolongación de estas calles fuera de la ciudad conectaba con una de las vías romanas, al final o en medio de una de ellas o con la previsión de construir una nueva; casi nunca encontramos una ciudad romana en la que no sucediera uno de esos tres supuestos.

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Principales ciudades y vías romanas en la Península Ibérica. Fuente.

Los objetivos económicos de la ciudad romana eran la explotación minera y agraria, sobre todo de trigo y olivo. Poseían una estructura con alcantarillado, agua corriente y fuentes (llevada a la ciudad mediante acueductos), centros públicos y representativos del poder, lugares de ocio, y en algunas ciudades también encontraríamos murallas; los edificios tenían un máximo de tres pisos de altura.

A partir del año 300, aproximadamente, la ciudad cayó en desuso por una ruralización de la sociedad romana, perdiendo su función de dominio militar y comercial del territorio. Muchas fueron abandonadas o perdieron muchos habitantes en favor del campo desde donde se ejerció el dominio del territorio de otras maneras.

La ciudad medieval

El sistema social que siguió a la dominación romana no tuvo a la ciudad como centro de poder hasta el siglo VIII en el caso de Al-Ándalus (Sur y centro de la Península Ibérica) y el siglo X en el de la Hispania cristiana (Norte de la Península Ibérica). Aunque las ciudades recobraron cierto protagonismo local en el Norte, esta parte de la península siempre fue rural durante este periodo, siendo la ciudad musulmana la única que mantuvo el carácter dominador y estructurador del territorio con una sociedad verdaderamente urbana.

La ciudad musulmana

La ciudad en Al-Ándalus fue fundamental para consolidar el domino del 75% de la Península Ibérica. La estructura básica se repetía en todas ellas y servía para establecer funciones militares, de ocupación y control del territorio y, como era tradicional entre árabes y bereberes, comerciales y artesanales. Los siguientes elementos formaban su estructura básica:

  • Alcázar o alcazaba junto con una mezquita (símbolos militares y religiosos).
  • Organización radial e irregular, no planificada, conteniendo calles sin salida y creada a medida que iba creciendo, de forma un tanto caótica.
  • Arrabales fuera de las murallas que precedían a posibles nuevas murallas posteriores.
  • Un centro económico de comerciantes y artesanos.
  • Barrios organizados según clases sociales y laborales.
  • Servicios colectivos: baños, almacenes y zocos especializados.

La casa musulmana contenía pocas aperturas hacia la calle, las entradas solían ser homogéneas con pocas distinciones entre las diferentes casas, y se organizaban entorno a un patio central. Las viviendas estaban enfocadas hacia la vida interior, sin signos externos de distinción. La sociedad musulmana fundó nuevas ciudades en la Península Ibérica como Almería o Guadalajara y también aprovecharon las ciudades romanas previas como en el caso de Córdoba o Sevilla.

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Fragmento del mapamundi de Al Idrisi (siglo XII) en el Libro de Rogerio (Tabula Rogeriana o Kitab Ruyar) donde se observa la Península Ibérica. Nótese que el mapa está orientado hacia el Sur. Fuente.

La ciudad cristiana

Como comentábamos, hasta el siglo X no se reestableció algo parecido a un mundo urbano en el Norte de la Península. Con la consolidación del Camino de Santiago se crearon, o refundaron, ciudades nuevas en su ruta con fueros específicos para poder controlarlo como Jaca, Burgos o Astorga, por ejemplo, con poblamiento franco en muchos casos. A partir del siglo XIII alrededor de esas ciudades y hacia el Sur se establecieron nuevos asentamientos ocupando los terrenos abandonados por los llamados moros.  Su economía era básicamente ganadera para evitar los saqueos y se organizaban alrededor de castillos o monasterios en puntos estratégicos para poder asegurar el terreno circundante, conformando así la estructura de las nuevas ciudades medievales. Estas estructuras solían contener todas o algunas de las siguientes edificaciones:

  • Castillo
  • Murallas
  • Monasterio
  • Iglesias

Inicialmente la función de la ciudad medieval era militar, pero el crecimiento demográfico permitió crear mercados que gozaban de la protección de la ciudad y de una cierta actividad artesanal, muchas veces ligada a antiguos ocupantes del asentamiento, moros o judíos. La morfología de las calles era irregular, pero ortogonal, con caminos principales uniendo los núcleos de poder (castillo, iglesia y ayuntamiento) con el exterior. Había una carencia importante de servicios, no existía alcantarillado ni suministro de agua. El crecimiento de la ciudad se organizaba a través de las iglesias, muy numerosas, que conformaban el núcleo de loe nuevos barrios. La ciudad medieval cristiana a menudo se consolidaba por la obtención de unos privilegios que estaban claramente delimitados por las murallas, que diferenciaban campo y ciudad. Solía ser un centro de intercambios, pero escasos, y sobre todo servía como lugar de refugio y defensa.

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Mapa de Barcelona a finales de la Edad Media. Se observa el contorno de la ya derruida muralla de la ciudad romana de sigo III y la inercia de las principales calles romanas cruzándose en el antiguo foro -centro de la ciudad-, en ese momento el convento de San Jaime (4) al lado de la Casa de la Ciudad -ayuntamiento- (34). También podemos ver al suroeste el arrabal entre las murallas de los siglos XIII y XIV y los diferentes caminos que salen de la ciudad. Fuente.

La ciudad moderna

En el siglo XVI se produjeron ciertas modificaciones en las ciudades de la Península. Las ciudades existentes no cambiaron sino que se añadieron nuevos elementos por parte de las dinastías de los Austrias, que gobernaron sobre los distintos estados territoriales peninsulares,  y los Borbones que unificaron la administración hacia la formación del Reino de España. Los ejes viarios de las ciudades continuaron siendo los mismos.

La ciudad de los Austrias

La nueva dinastía europea y sus nuevas necesidades provocaron cambios sutiles en las ciudades, ya que aún no era una sociedad que necesitara la ciudad para dominar el territorio. El nuevo estado territorial cambió la dinámica del poder respecto al anterior estado feudal. Si antes el poder radicaba en el vasallaje ahora eran los mercenarios los que proporcionaban la fuerza. Este cambio creaba la necesidad de abundantes cantidades de dinero y por tanto la necesidad de proteger la artesanía y el comercio, la propia ciudad y de convertir a la nobleza en comerciantes.

El comercio con América y Europa era fundamental y tanto la nobleza como la Iglesia dejaron su papel militar hacia un rol económico. La contrarreforma y el apoyo de los Austrias al catolicismo enardecieron el fervor religioso, lo que aumentó la capacidad de auto-fiscalidad de la Iglesia mediante diezmos, bulas y tierras. La Iglesia se convirtió en un gran poder urbano poseyendo innumerables tierras y edificaciones.

Como comentábamos, el nuevo poder se identificaba con la capacidad económica. En el siglo XVI los Austrias poseían el poder económico y militar, mientras que la Iglesia, además del económico, ostentaba poder territorial y moral. La economía en los territorios peninsulares se caracterizaba por un fluido comercio con América y Europa y en menor medida por una industria textil de carácter local. En el siglo XVII la monarquía entró en decadencia mientras que la Iglesia tuvo un aumento brutal de su poder gracias  a las bulas, la fiscalidad propia, el fervor religioso y los bienes inmuebles. Podemos hablar de una ciudad conventual donde la presencia de iglesias y conventos se sucedía calle tras calle.

Todo esto afectó a la ciudad moderna con una expansión del casco urbano extramuros mediante arrabales siguiendo los ejes de los caminos. Para poder organizar la expansión se construyeron las nuevas “Plazas Mayores” de forma rectangular y remarcar así el papel del poder por falta de espacio de construcción en el interior medieval. Los edificios importantes se empezaron a construir fuera de las murallas y se marginó a la ciudad medieval. Los caminos que salían de la nueva expansión originados en las plazas mayores llevaban a conventos y fincas señoriales semi-rurales que acabaron organizando las futuras expansiones mediante un crecimiento desorganizado a su alrededor.

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Crecimiento de Madrid durante la dinastía de los Austrias (siglos XVI-XVII). La corona representa el Alcázar de la ciudad musulmana donde se construiría el actual Palacio Real. La antigua muralla medieval se circunscribía a la parte más oriental del sector color crema, siendo la parte occidental los arrabales. También podemos ver la Plaza Mayor en el centro de la ciudad desde donde se organizaba la red de caminos. El gran crecimiento de la ciudad se debió a su condición de capital. Fuente.

La ciudad de los Borbones

La dinastía borbónica durante el siglo XVIII se caracterizó por actividades de reforma interior de las ciudades impulsadas por las ideas de la Ilustración. Principalmente realizaron obras de saneamiento, pavimentación e iluminado público. También se reorganizaron algunas calles y caminos favoreciendo la circulación, mediante la creación de paseos. Aunque se crearon también espacios verdes como parques y jardines, estos estaban destinados al uso privado de la monarquía o eran frecuentados casi exclusivamente por la nobleza. En general la ciudad borbónica no se expandió si no que se densificó aun más a pesar de los esfuerzos de intentar abrirla.

Por otro lado la monarquía borbónica buscaba la centralización, uniformización y jerarquización de España con lo que se marginaban las actuaciones en las ciudades más periféricas y se potenciaban las de la capital, Madrid, incluyendo una red de carreteras radial que se originaba en la Villa y Corte.

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Madrid durante el principio del reinado la dinastía de los Borbones (siglo XVIII). Se pueden ver las reformas realizadas en esa época. El jardín del Buen Retiro y el Palacio Real ya existían a finales del siglo XVII, pero fueron remodelados y ampliados en este periodo. Fuente.

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