Urbanismo (III)

Imagen: plano de la ciudad india de Chandigarh, fundada en 1966 para servir como capital de los estados de Punjab y Haryana. La ciudad fue planificada mediante los criterios progresistas, siendo el único proyecto urbano realizado por Le Corbusier.

Los planteamientos utópicos empezaron a perder sentido en el siglo XX gracias a las mejoras tecnológicas que permitieron resolver los problemas que planteaban las ciudades. En lugar de intentar diseñar un modelo urbano y social ideal que cambiara por completo el escenario se planteó resolver las dificultades una a una. Eso no quiere decir que se abandonara un planteamiento más holístico, pero en lugar de sociedades imaginarias se empezaron a diseñar modelos de simulación en los que se incluirían soluciones técnicas y se intentaría prever el resultado que se obtendría al aplicarlas.

El objetivo de esos modelos era el desarrollo económico y social de la ciudad y sus habitantes, intentando apartarse de la política hacia un enfoque más objetivo y práctico. Los urbanistas del siglo XX diferían de sus contrapartidas del siglo anterior, por un lado, en que dejaron de ser autores generalistas y pasaron a ser ingenieros y arquitectos y por otro en que abandonaron la política: observaban la ciudad como un problema de ingeniería a resolver.

Progresistas

El concepto de progreso y avance hacia una sociedad mejor no se abandonó con el nuevo siglo, pero, gracias a la capacidad de la ciencia de optimizar las condiciones de vida, fueron científicos y técnicos los nuevos progresistas, no pensadores y literatos. A través de sus soluciones prácticas a problemas concretos buscaban una nueva revolución industrial en el siglo XX. La unidad base con la que trabajan era el “ser humano típico”, que representaba la media de las necesidades humanas. También intentaban combinar la modernidad con el arte de vanguardia de principios de siglo como hicieron Le Corbusier y Ozenfant en la revista L’Esprit Nouveau (1920-1925).

Como buscaban la estandarización para que la arquitectura fuera usada por el mayor número de personas posible, las formas geométricas ideales se usaron como modelo y la mecanización del arte fue su objetivo. Esas formas tenían que ser adaptadas a un individuo con necesidades universales, las necesidades que todo ser humano posee, y por tanto sus medidas tenían que ser también universales, basadas en el “ser humano típico”. Las ciudades, los edificios y el mobiliario serían diseñados conforme a esas figuras ideales y a esas medidas estándar, soluciones derivadas de la experiencia industrial, la eficacia y la racionalidad. Le Corbusier crearía el Modulor en 1948 donde plasmó las medidas absolutas del ser humano y su entorno.

No solamente se definirían las medidas perfectas de los objetos cotidianos y los espacios arquitectónicos, también las necesidades humanas: vivienda, trabajo, ocio y circulación. Necesidades que se plasmarían en la Carta de Atenas de 1923 creada por el grupo formado en los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna (CIAM). Su planteamiento radicaba en que la ciudad sería más eficaz a medida que se cumplieran esas necesidades y para poder lograrlo se utilizaría una zonificación en base a módulos que se combinarían para adaptarse al crecimiento urbano. Brasilia, una ciudad nueva creación en 1960, seguiría esos principios.

El concepto de los progresistas de la ciudad se basaba en la urbe como herramienta humana que había de permitir el desarrollo industrial y económico. Valoraban el uso por encima de la estética y la higiene como mecanismo de prevención de las enfermedades; así como apreciaban el ahorro del espacio, construyendo en altura y con viviendas reducidas al menor tamaño posible, para poder acoger a la creciente población urbana. La planificación y proyección de las nuevas actuaciones urbanísticas era fundamental. La estandarización y la simplicidad estética fueron sus marcas de fábrica.

Tony Garnier fue el primer urbanista progresista y creador de los manifiestos que inspiraron al resto. Alumno de Paul Blondel, desarrolló sus ideas en el ámbito de la ciudad industrial planteando un ejercicio de simulación de una ciudad siderúrgica como modelo, no como ideal al que aspirar. La ciudad de Garnier era pequeña, con una planificación en zonas a dos niveles: residencial e industrial. Separaba las funciones en el espacio dejando zonas libres y descongestionadas entre ellas, utilizaba edificios estandarizados que disponían de acceso a la luz solar y al aire libre, con espacios ajardinados y equipamientos urbanos, y se definían por un gran uso del cristal y el metal. La nueva visión progresistas fue planteada por primera vez en Le cité industrielle de 1917.

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Símbolo de la escuela Bauhaus. Fuente.

Walter Gropius fundó la escuela de diseño Bauhaus en Alemania, donde desarrollaría todas sus ideas, además de desarrollar una carrera como profesor en Harvard. Fue alumno de Behrens y recibió influencias de su obra, que intentaba fusionar arquitectura e industria. Junto a Le Corbusier y Mies van der Rohe es uno de los creadores de la arquitectura racionalista, también llamada moderna o de estilo internacional. Fundamentalmente buscaban ciudades organizadas y zonificadas al estilo de las de Garnier, pero poniendo más énfasis en el diseño, la estandarización y la prefabricación. Las ideas de Gropius se pusieron en práctica en proyectos como la colonia Dammerstock, Siemensstadt o Berlín, buscando un equilibrio entre arte y artesanía, con objetos funcionales y bellos al mismo tiempo. Aun así los diseños de Gropius poseían gran sobriedad y el diseño de los interiores de las viviendas tenía una evidente simplificación comparado con los del siglo pasado.

Charles-Édouard Jeanneret sería más conocido como Le Corbusier, pseudónimo que adoptó en la revista L’Esprit Nouveau a partir del nombre de su abuelo materno. Su pensamiento base combinaba las ideas recuperadas de los culturalistas y progresistas del XIX, compartiendo su animadversión por el caos urbanístico. En esa línea buscaba unir el aire libre, la iluminación y la salud del campo con la protección y el desarrollo económico de la ciudad, con una densidad urbana escasa, pero suficiente para permitir economías de escala. Formuló la idea de las necesidades humanas universales, que las ciudades han de satisfacer y planteó un modelo urbano basado en la zonificación y especialización de funciones.

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Plano de la Ciudad Radiante de Le Corbusier. Fuente.

El modelo de la Ciudad Radiante (La Ville Radieuse) se organizaba alrededor de un espacio central para las empresas, hoteles, comercios y oficinas poblado de rascacielos y zonas verdes. Seguiría una zona residencial que rodearía esa suerte de Central Business District donde vivirían los trabajadores y residentes de la ciudad, una zona de relativa baja densidad que combinaría diversos tipos de viviendas, de mayor o menor lujo, en edificios de poca altura, hasta 30 metros. Finalmente la ciudad daría paso a la zona industrial. El plano urbano era ortogonal con grandes avenidas que cruzaban la rejilla formando rombos.

El centro de la planificación urbana de Le Corbusier era la vivienda, de la misma manera que el individuo era la base de su diseño arquitectónico. Diseñó tres tipos de vivienda: unifamiliares de clase alta, unifamiliares de clase media y edificios colectivos. Utilizaba el color blanco preferentemente, columnas de sujeción, líneas rectas, espacios abiertos, amplia entrada de luz y terrazas ajardinadas. El espacio urbano colectivo no le parecía adecuado para las relaciones humanas, solamente lo visualizaba como zona de transporte. Planteó, por tanto, una ciudad privada donde las relaciones se darían en el interior de las viviendas, no diseñó zonas de uso comunitario, lo que provocaba poca relación interpersonal y poca interacción en las calles.

Las casas colectivas estaban planteadas como una ciudad en altura, con pasillos que eran calles y con comercios y equipamientos situados en el interior de los edificios. La calle, como comentábamos, se transformaría en una pista de circulación para llegar de una función urbana a otra, eliminando cualquier otro uso del espacio público. Le Corbusier realizó el Plan Voisin para París en 1925 y el Plan Macià para Barcelona en 1935, pero ninguno de los dos fue llevado a cabo. Podemos encontrar su teorías sobre arquitectura y urbanismo en Vers une architecture (1923), Urbanisme (1925), La Charte d’Athènes (1943) y Manière de penser l’urbanisme (1946).

Culturalistas

La principal preocupación de los culturalistas del siglo XX era garantizar la unidad orgánica de la ciudad a partir del análisis de las dinámicas ciudadanas. En sus observaciones apreciaron que la ciudad estaba volviéndose cada vez más densa y la especulación urbanística con la vivienda y el suelo estaba produciendo segregación social. Ese crecimiento descontrolado en base al beneficio especulativo también estaba provocando la destrucción de espacios simbólicos del pasado de la ciudad y la desaparición de lugares públicos de relación social.

Visualizaban la ciudad como un todo que había de dar respuesta a las necesidades de los grupos sociales que la conforman antes que a las necesidades individuales. No tenían una visión universalista ya que la ciudad estaba integrada, cada vez más, por diferentes grupos sociales y culturales. Propiciaban, por tanto, los valores de integración, de cultura, de relaciones sociales y artísticas en lugar de los de producción y trabajo. Buscaban regular y delimitar las zonas de crecimiento urbano para evitar la reproducción descontrolada, creando espacios diversos para gente diversa (por ejemplo para edades o clases sociales diferentes) potenciando las relaciones humanas.

Camillo Sitte buscaba la realización espiritual de la ciudad, recuperando sus valores clásicos mediante el símbolo, y su principal preocupación era la estética y la psicología del arte. Veía las plazas como el centro de la vida pública junto a los mercados al aire libre, despreciando los establecimientos privados especializados. No estaba de acuerdo con la destrucción de barrios enteros para su remodelación, en su lugar prefería modificaciones parciales, respetando los edificios antiguos junto con el relieve natural y adecuando el tamaño a la escala humana y las necesidades diversas de poblaciones diversas. Su principal obra fue Der Städtebau nach seinen künnstlerischen Günddesätzen de 1889.

Ebenezer Howard fue el creador de la Ciudad Jardín en 1902. Desde 1879 se identificó con el socialismo inglés y empezó a plantear una tercera vía a la dicotomía ciudad-campo basándose en los polos de atracción que tiene cada uno de estos espacios y criticando la falta de realización humana que provoca cada uno por separado. Para solucionarlo expuso un tipo de ciudad de baja densidad urbana, con poca población y altamente planificada, rodeada de zonas agrarias y cuyos ciudadanos tuvieran una alta implicación en su desarrollo y administración. Podemos encontrar sus ideas en Tomorrow: A peaceful path to social reform de 1898.

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La Ciudad Lineal de Arturo Soria. Fuente.

Arturo Soria fue un urbanista español, famoso principalmente por el diseño de la Ciudad Lineal de Madrid. Se educó de forma autodidacta y a partir de 1886 se dedicó a su proyecto de la Ciudad Lineal bajo las ideas de Herbert Spencer e Ildefons Cerdà. Este innovador proyecto, con el que quería resolver los problemas de higiene, hacinamiento y transporte urbanos, consistía en una ciudad articulada a ambos lados de una ancha vía de 500 metros por donde discurría un ferrocarril. La longitud del ferrocarril en principio no estaba limitada, lo que posibilitaba el crecimiento de la ciudad, que se convertiría en un elemento estructurador del territorio. En dicha calle central se concentrarían los servicios públicos y las viviendas. Gracias a su conocimiento ferroviario fue uno de los impulsores del primer tranvía en Madrid, así como de un sistema de comunicación telefónica en 1887.

Naturalistas

Dentro del naturalismo urbanista encontramos como máximo exponente a Frank Lloyd Wright. La obra de Wright se basaba en la concepción del espacio como un todo orgánico, un entorno libre adaptado a sus características naturales, de ahí que diese muchísima importancia a los muros y los materiales de construcción que marcaban el linde entre lo natural y lo humano. Ciertamente su teoría urbanística estaba más cercana a un anti-urbanismo, una utopía denominada Broadacre City (1932). En los principios naturalistas se establecía que la ciudad se había convertido en una  máquina y el ciudadano no podía, por tanto, si no crear otras máquinas. Se habría pervertido el orden natural de las cosas: en lugar de ríos existían carreteras, las montañas se habían convertido en edificios y los bosques restaban confinados en parques sin características naturales. El propio ciudadano además se había trasformado en un parásito de sus semejantes, viviendo en celdas adosadas a otras celdas alquiladas a otros ciudadanos.

El naturalismo se focalizaba en la recuperación de la individualidad y los valores democráticos estadounidenses. Un retorno a la escala humana, del día a día, despreciando la escala de las máquinas. El modelo de Broadacre City intentaba recuperar esa ciudad tradicional americana, adaptando la maquinaria al ser humano y no al revés, buscando que el trabajo fuera algo más que hacer dinero para sobrevivir y que permitiera la realización de los deseos humanos.

La inspiración para Broadacre City fue la ciudad de la frontera, del Oeste Norteamericano, donde habría suficiente espacio para todos, viviendo en casas unifamiliares repartidas en parcelas de un acre de extensión (unos 4000 m², aproximadamente 64 por 64 metros). El transporte primario sería el automóvil y habría una muy baja densidad de población, con equipamientos repartidos a lo largo del territorio. El ideal del suburbio estadounidense.

Posmodernismo

Entre las décadas de 1950 y 1970 surgió una reacción a la arquitectura progresista dominante durante el siglo XX, a su rigidez doctrinal y uniformidad. Como aquel estilo se denominaba, entre otros nombres, como moderno, el nuevo estilo fue calificado como posmoderno, por ser inmediatamente posterior. El objetivo principal era resolver las limitaciones del anterior movimiento. Por un lado al ser edificios funcionales y baratos eran racionales y austeros, carentes de belleza, según los posmodernos. Por otro los modelos urbanísticos no habían resultado en la ciudad funcional deseada sino que se habían convertido en barrios degradados, sin servicios ni vida en el espacio público. Se buscaba, por tanto, dotar de belleza a los nuevos barrios, y volver a una escala humana que permitiera una vida social más cohesionada.

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El Museo Guggenheim de Bilbao, diseñado por un famoso arquitecto posmoderno, Frank Gehry. Fuente.

Denise Scott Brown fue la principal introductora del urbanismo posmoderno junto al arquitecto Robert Venturi. Mientras la máxima de Mies van der Rohe fue “menos es más” (less is more), los posmodernos respondieron “menos es un aburrimiento” (less is a bore). El nuevo estilo ofrecía formas complejas y contradicciones, mezclando múltiples estilos de diversas épocas frente a la funcionalidad y el maquinismo moderno.

Actualidad

José Miguel Fernández Güell en 2007 clasificó el urbanismo en diversas etapas según su influencia social:

Nacimiento        1880-1900          Correspondiente a los pre-urbanistas.

Despegue            1900-1920          Inicios del movimiento moderno.

Desarrollo           1920-1940          Auge del progresismo.

Madurez              1940-1960          Alta influencia social.

Crisis                   1960-1980          Entrada del posmodernismo, pérdida de influencia social.

Estancamiento  1980-2000          Influencia social moderada.

Güell explica que los principales problemas del urbanismo actual se deben a la incapacidad de abordar las complejas problemáticas urbanas. La lentitud burocrática para llevar a cabo los proyectos junto a la corrupción y la presión de los agentes económicos para dejar de lado la intervención pública han impedido una correcta planificación urbana.

Los factores que hay que tener en cuenta en las ciudades actuales son la transición demográfica hacia un envejecimiento poblacional, el modelo económico capitalista de consumo en lugar de producción, las nuevas tecnologías enfocadas a la informática y las telecomunicaciones, las demandas de una sociedad más democrática y participativa y la descentralización en un mundo cada vez más globalizado.

Para enfrentarse a esos retos plantea una planificación estratégica de las ciudades, donde la flexibilidad permita adaptarse a un entorno de rápidos cambios. Por tanto hace falta un enfoque estratégico y no director de las intervenciones urbanísticas, un proceso continuo de planificación, incorporación de las nuevas tecnologías, administraciones locales fuertes y mayor transparencia, orientándose a las demandas ciudadanas.

Françoise Choay planteaba en su obra “Urbanismo, utopías y realidades” (1965), ciertos principios que siguen siendo válidos para el urbanismo hoy en día:

  1. La ordenación de ciudades no es objeto de una ciencia rigurosa, el urbanismo científico es un mito de la sociedad industrial.
  2. Los modelos imaginarios están sujetos a la arbitrariedad.
  3. Toda actuación urbana debe basarse en un análisis de la realidad, a pesar de ello, la mayoría de actuaciones suelen ser parches que ignoran un planteamiento global.
  4. El urbanismo científico enmascara un sistema de valores. La ciudad es un sistema de relaciones sociales y económicas formado por personas, más compelo que cualquier modelo.
  5. Los asentamientos urbanos tiene múltiples significados para las personas que los habitan. Generalmente la planificación urbana está en manos de unos pocos que reproducen sus valores e intereses hacia muchos. De este modo los campos de actuación están restringidos a unos pocos grupos de decisión.
  6. Los ciudadanos actualmente delegan la creación de la ciudad a unos pocos especialistas, con lo que se pierde el valor democrático de la ciudad. El especialista debe dejar de observar la ciudad como un modelo abstracto y observar a las personas que la componen y el ciudadano debe obtener mayor consciencia de sí mismo y su papel transformador y director. Se deben evitar las fórmulas fijas y entrar en sistemas flexibles de relaciones.

Como acabamos de ver la realidad de la ciudad es muy compleja. No existen fórmulas fijas para poder resolver sus problemas y no podemos dejar en manos de unos pocos, generalmente los agentes con mayor influencia económica, su desarrollo, ya que sus intereses tienden a chocar con los intereses de la mayoría de ciudadanos. Es la ciudadanía, a través del ejercicio de la democracia y la participación social, quien mejor puede decidir hacia donde navega la ciudad. Además gracias a las nuevas tecnologías podemos adaptarnos mucho mejor a los entornos cambiantes en los que estamos inmersos y adecuar la ciudad para que sea un espacio que permita una vida digna a sus habitantes, teniendo en cuenta que la urbe del siglo XXI se encuentra dentro de un mundo globalizado, de miles de flujos de personas, mercancías y capitales. Flujos que convergen siempre en las ciudades.

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