Imagen: mosaico de la iglesia de San Demetrio en Tesalónica mostrando al santo, el obispo y al eparca (siglo VII). La veneración de los santos locales fue el principal problema de la iconoclastia. Fuente.
León III el isáurico, stratega de Anatolia, se impuso como emperador tras las revueltas en los themas fronterizos durante 717. La dinastía isáurica tuvo muchos más problemas exteriores que sus antecesores heráclidas, sobre todo con los árabes y los pueblos del norte. Durante su reinado se produjo una apertura hacia el mundo eslavo y húngaro, principalmente con los rusos y el principal problema que tuvieron que gestionar fue la iconoclastia. La iconoclastia fue una querella intelectual y religiosa que dirigió la historia del Imperio Romano de Oriente durante un siglo. En el fondo escondía una pugna político-social y los esfuerzos de la dinastía isáurica por superar las crisis del siglo anterior y restaurar la eficacia política del emperador.
Primer periodo iconoclasta
León III (717-741) – retira la imagen de bronce de Cristo del palacio imperial.
Constantino V (741-775) – concilio iconoclasta en Hieria en 754.
León IV e Irene (775-780)
Periodo iconódulo
Irene (780-790) – regente, II concilio de Nicea en 787.
Constantino VI (790-797) – depuesto por su madre, Irene.
Irene (797-802)
Nicéforo I (802-811)
Miguel I (811-813)
Segundo periodo iconoclasta
León V (813-820) – concilio iconoclasta en Constantinopla en 815.
Miguel II (820-829)
Teófilo (829-842)
Teodora (842-867) – regente.
La iglesia cristiana representaba las imágenes divinas sin ningún problema anteriormente, pero durante los siglos V y VI hubo una proliferación masiva de imágenes de Cristo, María y los santos. El conflicto iconoclasta tuvo más que ver con la representación de los santos (hombres no divinos, sagrados para el pueblo, pero no para la institución eclesiástica), que con el debate intelectual sobre lo que se puede o no se puede representar en imágenes. En el siglo VII hubo un auténtico frenesí por la veneración de los iconos. Se empezó a desplazar la autoridad del emperador hacia la imagen, no se reconocía al emperador como salvador victorioso sino al icono del santo o de la virgen. La discusión se produjo sobre todo entre la jerarquía eclesiástica y el estado contra los monjes, los depositarios de la tradición del “Hombre Santo”.
León III inició la disputa al tiempo que intentaba establecer una relación más estrecha con el papa Gregorio II. Al principio depuso al patriarca de Constantinopla por uno favorable a la iconoclastia y al poco redactó el decreto que obligaba a destruir las imágenes en todo el imperio. Como resultado las relaciones con Roma se rompieron. Su sucesor Constantino V fue el iconoclasta más radical. En el primer concilio iconoclasta asistieron más de 300 obispos y se prohibieron todas las imágenes en las iglesias. No sólo eso sino que también empezaron a realizarse persecuciones contra los monjes y los ermitaños.
La emperatriz Irene consiguió regresar a una política centralista, pero de carácter iconodulio. Para ello se apoyó en la burocracia e incluso nombró a funcionarios como sacerdotes y patriarcas. Tras el II concilio de Nicea la iconodulia volvió al Imperio de Oriente. Pero tras la emperatriz el poder de la maquinaria del estado era tal que los emperadores fueron impuestos por los burócratas y los militares hasta León V. León volvió a la iconoclastia proclamando las mismas medidas que sus antecesores, hasta que la emperatriz Teodora instauró de nuevo la iconodulia en el Imperio.
El resultado de esta crisis afectó a la situación de lo sagrado en Europa, permitiendo el culto a la imagen y su difusión, hasta el siglo XVIII. El punto de partida fue el valor real de la imagen. Aunque las fuentes iconódulas pretenden mostrar la herejía iconoclasta como algo fuera del ámbito del imperio, en realidad es un asunto totalmente interno. El conflicto político y social Resultó en un choque con la tradición iconódula del imperio mismo y del propio cristianismo. El debate se centró en discernir qué es lo sagrado en el imperio y, sobre todo, quién lo gestiona.
Según los iconoclastas lo sagrado es aquello que ha sido bendito por un sacerdote, los espacios consagrados por un obispo y, finalmente, el signo de la cruz. Para los iconódulos las imágenes son ilustrativas, conmovedoras y representativas de escenas bíblicas y rostros conocidos. Pero para el imperio del siglo VII no representaban a lo sagrado, sino que son sagradas y pueden interactuar con el mundo. Afirmaban que las imágenes hechas por el ser humano rememoran el prototipo del icono original de aquel tipo y por eso mismo son sagradas. Por ejemplo, que todas las imágenes de la Virgen provienen de la que dejó San Lucas y por tanto comparten una línea sacra.
Según Ernst Kitzinger la iconodulia siempre ha sido básica en el Mediterráneo excepto entre los judíos y los musulmanes. El cristianismo adoptó la iconodulia anterior y la sacralizó, aunque con cierto freno y distanciamiento. Durante el siglo VII este freno de la iglesia se disipó, sobre todo a partir de Justiniano II y el uso que hacían los emperadores de las imágenes. A partir de Peter Brown, durante los siglos V y VI se expandió rápidamente la veneración del “Hombre Santo”, resultando en un culto al icono viviente del emperador y del anacoreta, que una vez muertos se vuelven iconos santos en sus lugares de influencia. Estos santos no son sacerdotes nombrados por un obispo y por tanto no estarían consagrados por la iglesia y se situarían fuera de su control.
Finalmente, los motivos que llevaron a la disputa estaban más centrados en la lucha de la autoridad carismática individual (los santos) contra la autoridad institucional (el estado). La pérdida de fronteras, el auge del Islam, la pérdida de confianza en la política y la militarización del Imperio influyeron ampliamente en el viraje hacia una autoridad más local y carismática. Los poderes locales (santos, ermitaños y nobles) se afianzaron mientras que el estado y el emperador buscaban centralizar la política y destruir esas imágenes de descentralización regional. De esta manera el conflicto iconoclasta se basaría en una lucha del estado contra los monjes y anacoretas rompiendo el icono, y con ello la influencia del santo presente y futura, para poder recuperar la autoridad central.