Imagen: Puerto de Barcelona en 2013.
Como ya hemos comentado en entradas anteriores Cataluña es un país de forma triangular de dimensiones pequeñas, situado en el extremo noreste de la península Ibérica. El lado norte tiene una extensión de 220 km y está situado en los Pirineos orientales, el lado sureste, el más largo, mide 580 km y discurre por la costa mediterránea mientras que el lado oeste limita con Aragón y Valencia a lo largo de 280 km. En el contexto español es la 6ª comunidad autónoma en superficie (de 19, contando las dos ciudades autónomas) y en el europeo se asemeja a regiones pequeñas como Bélgica (30 000 km²), Países Bajos (41 000 km²) o Dinamarca (43 000 km²). Siendo la media regional en Europa de 17 000 km² Cataluña entra dentro del grupo de regiones grandes, como la alemana Baden-Württemberg (35 000 km²).
En Cataluña confluyen tres grandes áreas: Europa, España y el Mediterráneo. Estas tres escalas marcan la historia de Cataluña como territorio. Inicialmente nace dentro de la esfera del Imperio Carolingio (s. IX), cuando comienza el proceso de configuración de la región, posteriormente se incluye dentro de España social, política y económicamente, mientras que el mar Mediterráneo siempre ha sido el marco principal económico y cultural de Cataluña gracias a su tradición marinera.
Aun estando alejada de los grandes conflictos europeos en los últimos 200 años las corrientes económicas, filosóficas y sociales del continente han influido a la región; la industrialización catalana y su burguesía, por ejemplo, son de un corte más semejante al europeo que no al español. Cataluña ha sido la puerta de entrada de ideas y personas de Europa hacia España hasta la llegada del mercado único y la unión monetaria (1986-2002), un corredor de flujos bilaterales que ha fomentado la naturaleza comercial de la región, y su primacía en adquirir las ideas del continente respecto al resto de la península.
Pero desde el siglo XV se produce una migración del centro económico europeo desde el Mediterráneo hasta el Atlántico, desde los centros de Génova y Venecia hacia los de Londres, Amberes y Amsterdam. Se configura el inicio de la llamada «Banana Azul» que actualmente incluye el eje Londres – Frankfurt – Milán, entre otras ciudades importantes, dejando el sur del continente, y por tanto Cataluña, lejos de los flujos de poder y riqueza de la Edad Moderna. Sólo a partir de los años 50 del siglo XX se inicia una recuperación del área mediterránea, gracias en parte al turismo de masas, creándose la «Banana Dorada» con el eje Barcelona – Tolosa – Niza – Milán. Mientras que la primera se caracteriza más por actividades financieras e industriales la segunda apunta más a nuevas tecnologías e investigación.
Estando en el istmo peninsular la región ha estado históricamente acotada como tierra de frontera entre dos grandes estados territoriales, Castilla y Francia. Ha actuado como nexo de unión de ambos imperios y ha realizado las funciones de cojinete, sufriendo agresiones por ambas partes, pero también aprovechándose de ambas potencias cuando ha podido. Cataluña colecta actualmente los principales flujos desde y hacia Europa de la península en cuestiones de turismo, petroleo (Tarragona) y mercancías (logística) gracias a su peculiaridad física con las mejores vías de comunicación hacia el norte y su posición costera.
Barcelona, la capital catalana, es atípica desde el punto de vista geo-político europeo, está a la altura de muchas capitales de estado, sin serlo, y localizada en una posición intermedia entre Madrid y París, siendo más semejante a la primera que a la segunda. La centralización francesa en París impide que las ciudades intermedias se desarrollen, mientras que la descentralización española permite la creación de ciudades de mayor importancia en esa escala como también es el caso de Sevilla, Valencia o Bilbao. De esta manera Barcelona ha podido absorber la población y la actividad económica, tecnológica, científica y social de Cataluña, estando al tercer nivel europeo como Berlín, Roma o Bruselas.
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